Desde su estreno en el Festival de Cannes de 2016, donde su equipo se manifestó contra un golpe de Estado que recién se había instaurado en Brasil, Aquarius (2016) de Kleber Mendonça Filho ha sido objeto de una amplia controversia en su país, fenómeno que ha modificado en gran medida su valor político, convirtiendo la película en un símbolo cultural de resistencia.
En su largometraje anterior, Sonidos vecinos (2012), el director diseccionó los conflictos de clase, dibujando un panorama social casi experimental de un barrio inmerso en una atmósfera progresivamente angustiosa, que refleja una cultura contemporánea alimentada por el miedo, y una sociedad atormentada por los fantasmas de su pasado. Estos temas también están presentes en Aquarius, pero esta vez la fragmentación da paso al estudio de un personaje, y las tensiones de clase se tejen de forma más sutil y sólo son detectables en segundo plano: en la composición de las tomas, en el contenido del encuadre, en la forma de trabajar el espacio y en las entre líneas de los diálogos.
Aquarius cuenta la historia de una crítica musical jubilada, viuda y madre de tres adultos, única ocupante del último edificio de estilo antiguo en la playa de Boa Viagem, en Recife, llamado Aquarius. Acosada por una empresa de construcción cuyo objetivo es comprar y demoler su edificio para construir una torre en su lugar, Clara (Sonia Braga) se niega a aceptar su oferta.
Dividido en tres capítulos, el guion de Aquarius adopta un estilo narrativo que se construye con un toque de crónica social, en un ritmo casi monótono, para encadenar orgánicamente los acontecimientos que lo componen, sedimentando gradual y sutilmente sus capas de significado hasta cristalizar su significado, revelando una obra de gran densidad, cuyo punto neurálgico es la importancia de la memoria y la resistencia necesaria para preservarla. Reflejando el contexto sociopolítico de su época, Aquarius dibuja el antagonismo de las fuerzas que polarizan la forma de entender y concebir la sociedad, denunciando un violento y corrupto proceso de apropiación del espacio.
Más allá de observar estrictamente la configuración visual de las transformaciones del paisaje urbano, la película la problematiza por lo que representa: una eliminación agresiva de las referencias de identidad, de los hitos histórico-culturales, de cualquier concepción de un modo de vida comunitario.
Frente a esta lógica, Clara encarna la resistencia, siendo, como Recife y el edificio, el cuerpo y el alma de la película. Desde el archivo personal, físico y mental de Clara y otros personajes tenemos acceso a una visión desbordante de referencias culturales, emocionales y simbólicas, ligadas visceralmente a la imaginación de la ciudad, tocando, a través de la memoria local, una dimensión universal. El director de Aquarius articula hábilmente el microcosmos y el macrocosmos, el individuo y el colectivo, en un juego metalingüístico trascendido por los símbolos. El cuerpo de Clara adquiere el significado del cuerpo arquitectónico del edificio, que a su vez se materializa el de la ciudad. Es difícil establecer los límites entre el archivo individual de Clara – ya sea material o inmaterial, el del edifício Aquarius y el de Recife. El pelo que le ha crecido a Clara en el primer capítulo simboliza su fuerza y tenacidad, al igual que el edificio cuyas raíces se han consolidado en el suelo. Su comportamiento, contrario a toda resignación, a toda lógica de normalización de los fenómenos sociales, a pesar de sus propias contradicciones, contrasta con el de otros personajes, ya que el edificio disimula los rascacielos que lo rodean.

Una gran habilidad para observar y filmar los espacios, tanto internos como externos, revela gran parte de la sustancia de la película. Nótese que la cocina de Clara es a menudo filmada desde la distancia. El espectador se apega al punto de vista del personaje principal y no al de Ladjane, su empleada doméstica. Aquarius revela cómo cada lugar es representativo de las posiciones de poder y dominación. A todo esto se añade una gran visión de la forma en que se realizan los movimientos de la cámara y la profundidad de campo, describiendo de forma intrigante e inteligente la invasión gradual del espacio. Asimismo, la musicalidad de la banda sonora armoniza el movimiento de la película, aportando un virtuosismo sensible a la misma.
En el centro de la trama, Sonia Braga brilla en su actuación, dando cuerpo y sustancia a un personaje complejo, fuerte, intrigante y contradictorio. Clara una figura que resiste la deshumanización del espacio, el cáncer corrosivo de la memoria y del cuerpo. Esta corrosión se condensa poéticamente en la aparición de las termitas.
Algunos críticos han reprendido Aquarius por no revelar el contenido de los documentos que ponen a los antagonistas en una situación delicada. Esta elección, por el contrario, revela una profunda sensibilidad a la imagen, una apelación, a través del desafío de la imaginación del espectador, a la magia del cine.
En este sentido, el cine de Kleber Mendonça Filho está hoy mucho más en línea con el de un Miguel Gomes y un Apichatpong Weerasethakul que con las imágenes hipersaturadas de un Iñárritu.
Traducido del francés. Original publicado el 19 de octubre de 2016 en Le Lumière: https://lelumiere.fr/aquarius-corrosion-corps-memoire/.

Thiago Ferreira
Investigador y editor en el campo del cine. Me interesa la relación entre la estética, la política y la historia.